Pues sí, entre ellos hay “traidores”. ¿De qué se extrañan? ¿De verdad se habían creído que hay honor entre los ladrones? El honor denota una naturaleza y condición que no se corresponde bien con los habitantes del submundo, un submundo puesto en limpio, pero territorio del hampa a fin de cuentas, donde ni se conoce la lealtad, ni se la puede esperar.
Desde que, allá por los primeros días de Enero de 2007, “NOTITIA CRIMINIS” levantara el velo que camuflaba sus arterías, han estado al borde del precipicio y a punto de dar un gran paso al frente. Ahora, con cierta incredulidad, piensan que todo terminó. Las denuncias, la investigación y la prensa no tenía más que un propósito electoral y como su hombre imprescindible, Alejandro Pompa, ha vuelto a ganar las elecciones en Carranque, la pesadilla se puede dar por terminado y ellos pueden volver a los enjuagues de Ucenda, a la Depuradora, a la operación de la calle Espejuelo —que es nueva y de la que pronto hablaremos aquí— O a modificar los aprovechamientos del campo de golf, del PAU Caraplata, o del contiguo que se está cocinando en estos momentos.
Según Bermejo, la campaña que se ha desplegado contra ellos ha sido colosal y costosísima. Seguimientos, investigaciones patrimoniales, periódicos… Demasiadas cosas para que el asunto no haya costado una fortuna, por lo menos a juzgar por las facturas que les han pasado a ellos las pacatas y opusdeístas hermanas Abascal. Ganadas las elecciones, al “enemigo” no le queda más que retirarse, perdida la esperanza de resarcirse ocupando la plaza que ellos dominan, ahogado por la falta de fondos.
Esto es lo que piensan y, al pensarlo, yerran. Son “linces” en lo suyo —y lo suyo es acudir con presteza al olor de la podredumbre política— Pero considerablemente obtusos en lo demás. El fin de “NOTITIA CRIMINIS” no es el fin del “Caso Abubilla” que sólo terminará cuando los culpables estén condenados y presos.
Es cierto que los resultados electorales en Carranque y en Illescas les han proporcionado cierto alivio en su aflicción, pero dos días después de esas elecciones Pompa, Antonio Fernández Retana, Ernesto Rodríguez Cubas —a quien en la zona ya llaman “El Permutas” y el discreto secretario Bravo Collantes, estaban a las puertas del Juzgado de Instrucción nº 2 de Illescas esperando ser interrogados como reos de más de una decena de delitos.
Aquí no se van a comentar esas declaraciones. Pronto estarán disponibles en la Red y cada uno podrá comprobar cómo lo peor que le puede pasar a un hampón no es tener un mal abogado, sino andar flojo de entendederas.
De hecho, este cuarteto se ha buscado un buen despacho. Han despreciado los servicios del leguleyo municipal Javier Toledo Martín, instrumento que vale para repartirse las rentas de los “contencioso-administrativos” que proliferan contra el Ayuntamiento, pero en el que no se puede confiar cuando es el propio pellejo, y no los dineros del Rey, los que están al pie del cadalso; y han contratado los servicios de Manuel Murillo Carrasco, penalista reputado, con despacho en la calle Bailén de Madrid, raro historial a sus espaldas y el hábito de no mover un papel si antes no se le han soltado 30.000 € del ala a modo de provisión de fondos.
Estos muchachos, como tontos en vísperas, creen firmemente en que el dinero hace magia. Cierta magia sí que hace, pero dentro de un orden. De hecho, a pesar de su nutrida agenda; de sus muchas influencias; de haber llegado a presidir el PSOE histórico antes de que el “felipismo” sustituyera ideología por dinero; y de llevar en el oficio una eternidad, el provecto anciano Manuel Murillo también pierde juicios de esos que parecen imposibles de perder.
Manuel Murillo Carrasco fue abogado defensor del comisario Francisco Álvarez, condenado a 9 años de prisión por su participación en el secuestro de Segundo Marey, allá en los tiempos del “Caso GAL”. No le sirvió de nada, a este comisario y jefe, en su día, del Mando Único para la Lucha Contraterrorista, convertirse en “soplón”, denunciar la participación de su jefe, José Barrionuevo, en el terrorismo de Estado y, tampoco, le libró de la condena, los buenos oficios del abogado Murillo; igual que tampoco le va a servir a Pompa, volcar sutilmente las culpas sobre el secretario Bravo Collantes, diciendo cosas como “el secretario no me dijo nada”, “el secretario no me lo comentó”, “yo no soy abogado, pero el secretario no me advirtió”… Tampoco le servirá de mucho la elástica moral de Manuel Murillo, más relajada de lo que las virtudes de la res publica aconsejan, aunque esto le venga muy bien para ocuparse del “Caso Abubilla”.
Muy en la línea de sus actuales clientes, no duda en hacerse pasar por hombre de sólidos principios, principios que, por ejemplo, le llevaron a ejercer la acusación particular en el “Caso Pinochet” porque hay que lograr que los crímenes de Estado no queden impunes, salvo que a uno le paguen por lo contrario y, en ese caso, lo que hay que procurar es que los crímenes de Estado sí queden impunes.
Por eso no es extraño, sino muy natural, que el abogado Murillo estuviera el día 30 de mayo de este 2007 a las puertas del Juzgado de Illescas, acompañando y reconfortando a Pompa “El Estampillas”, al Permutas, al Pájaro y al secretario Bravo, a pesar de que no mucho tiempo antes hubiera escrito esto:
«El clima decadente de lenidad y permisividad así constituido también fue descrito por Montesquieu: «No son sólo los crímenes los que destruyen la virtud, sino también las negligencias, las faltas, una cierta tibieza en el amor de la patria, los ejemplos peligrosos, las simientes de corrupción; aquello que no vulnera las leyes pero las elude; lo que no las destruye pero las debilita...».
En esta fase estamos: por una clara corrupción de los principios, la democracia ha periclitado y se ha convertido en una especie de «deforme aristocracia», en un modelo en que determinadas elites, bien relacionadas y aún -quizá- emparentadas con el poder político mediante lazos de familiaridad inconfesable, están por encima de la ley, de la norma social, de la igualdad originaria de todos los ciudadanos.
…
Estamos hartos de comprobar cómo quienes llegan a los palacios olvidan lo que vieron en las chozas. Y de ahí se desprende que, antes de confiar en la bondad abstracta del poder, haya que procurar que la democracia se dote de los controles precisos para que la arbitrariedad sea imposible».
No es cosa de pretender que Manuel Murillo haga honor a sus propias palabras. A los que nos hemos tenido que echar al monte no nos queda mucha ingenuidad de esa. No se es tan cándido aquí pero, al menos, nos damos el gusto de hacer manifiesta la impostura; de poner en conocimiento de Pompa y sus cómplices el hecho indiscutible de que Manuel Murillo también tiene clientes en la cárcel; y de, no sin cierta pena, advertir al tal Murillo que la apariencia y el simulacro tienen el paso corto.
Y, por cierto, les convendría pensar, a los otros imputados, si cuando Pompa les impone ser asistidos en los procedimientos que tienen abiertos por su (de Pompa) Letrado, les está haciendo un favor o, por el contrario, les está amordazando y maniatando e impidiendo que atiendan a su propia libertad.
En concreto el secretario Bravo debería leer con mucha atención la declaración de Pompa en el Juzgado nº 2 de Illescas. Despide una pestilencia notable a delación. La debería leer salvo que su amigo Pompa se haya olvidado de proporcionarle el documento. Por si acaso, los Partisanos de Ucenda se lo haremos llegar con mucho gusto.